El Gato Negro | La mejor traducción


No siento la mínima vergüenza al afirmar que la mejor versión que he leído de El Gato Negro, de Edgar Allan Poe, se trata de mi traducción.

No es sólo porque me he tardado una “cantidad incómoda de afirmar” en hallar las palabras y la cadencia adecuada para una lectura fluida y poderosa.

Creo que se debe a que mi traducción también es una adaptación. Sí, una adaptación a lo que considero un texto más enfocado y aterrador.

Desde el principio me propuse ser lo más fiel al texto, y al mismo tiempo, adaptarlo a mi manera de escribir, que resumo en “quitar lo que sobra, agudizar lo que funciona”.

Siguiendo los preceptos de Howard Phillips Lovecraft para una buena historia de terror, al traducir El Gato Negro logré retirar 3 páginas de las 12 que componen la obra. Sin que se extrañen para nada.

Lovecraft decía que una historia de terror era fuerte por su atmósfera y por la ausencia de explicaciones. Tales son los cambios que he realizado. Retiré las divagaciones que ralentizaban la historia y cercené las añadiduras que rompían la atmósfera y la cadencia. (O las reubiqué).

Sobre mi traducción.

Tengo mucho que decir al respecto. Me he armado una filosofía que usaré para futuros trabajos. Para empezar, declaro que Poe era amante de las comas, y de meter entre ellas frases que en mi opinión rompían el ritmo de la oración principal. Cuando lo vi claro, eliminé los baches que la segmentaban, devolviéndole su fuerza. 

[Futuro Enlace "La filosofía de mis traducciones"]

Mi Proceso.

El primer infierno fue la traducción. Usé un enorme diccionario de Inglés-Inglés. Otros de sinónimos y antónimos Otro, gigante también, de Español-Español. Y un par más de Inglés-Español. Encontré que hay palabras en los diccionarios escolares que no venían en los diccionarios enormes

Un ave negra posada sobre el ventilador de mi cocina, y nada más.

El segundo infierno fue la adaptación. Era constante en mi mente la idea de “El sacrilegio”; pues le estaba haciendo cambios a una historia muy querida. Me ayudaba recordar que el texto original existiría para siempre y que decenas de versiones circulan en las calles. Así que corté sin miedo, pensando que el texto era mío y que mi trabajo era dejarlo tan bueno como intentaría dejar una historia propia.

Como he dicho, fui muy inseguro, pues quería hacer el mejor trabajo posible a una obra tan emblemática. Me tardé demasiado… tanto que, como una especie de vudú, en mi vida también apareció un gato negro. Al momento de grabar, mi perro y el gato me acompañaban en el estudio. Al gato se le ocurrió maullar en un momento perfecto, y por ello se le puede escuchar en el trabajo final. Como mandado a hacer.


También, en los días de traducción, un ave negra se metió a mi cocina. Cosa que jamás había pasado en toda mi vida, tanto el gato como el ave.

Bueno.

Habiendo hecho todo lo que pude con mi traducción, a veces dejando semanas o un mes entre una revisión y otra para verlo con ojos frescos, imprimiéndolo pues en físico se percibe diferente que en computadora, luego de muchas relecturas y compartirlo con amigos buscando opiniones, después de todo eso, me aventuré a comparar mi traducción/adaptación con la de otros.

Comparé mi traducción con la versión del libro que tenía en casa, de editorial TOMO.

Comparé mi traducción con la versión que escuché de un video en YouTube.

Comparé mi traducción con una versión PDF que encontré en Internet, de una biblioteca virtual.

Y finalmente, cuando me enteré de que Julio Cortázar había traducido a Poe, quise comprar esos libros. Pero encontré que son carísimos, por alguna razón. Así que lo busqué en PDF también, y lo encontré. Y, sinceramente, mi versión me gustaba más en el 95% de los casos. No siento pena al decir que, cuando noté que mi versión podía beneficiarse de ciertos detalles, los tomé. Eso es.

El tercer infierno fue grabar y editar el audio (no la mezcla con sonidos agregados, que es después, sino sólo mi voz). Para grabar el audio de una historia imprimo las páginas que leeré. Lo hago en un formato con la hoja tamaño carta en horizontal. Así caben dos páginas por hoja.

Al grabar soy demasiado consciente del proceso. Si leyera sin equivocarme, me tardaría 2 minutos en una página. Pero con el micrófono brillando azul frente a mi boca, me equivoco en la fluidez, en una coma, me quedo sin aliento, o simplemente juzgo que pude haberlo leído mejor. Y termino usando 6 minutos por página. Si no es que más.

La perfección la alcanzo luego de muuuucha edición

De esos 6 minutos, en el editor de audio, corto, cambio, pego y hago microcirugías para arreglar una oración. Muchas veces junto las mejores partes de una frase que leí varias veces para formar la mejor oración posible. 

Y lo más fantástico es que no se nota. La edición no se percibe. El producto final parece que lo leí todo de corrido. Nada más lejos de la verdad. Fueron horas de edición en un proyecto multipista.

Y una vez que acaba ese infierno de la edición meticulosa, sigue el infierno de la mezcla. Donde agrego los efectos de sonido que darán inmersión.

Con un cuaderno fui escuchando mi voz final (ya editada), pausando para anotar qué música podría ir en ese párrafo (feliz, triste, de perdición). Muchos efectos de sonido eran fáciles de detectar, pues Poe escribía escenas vivas, usando palabras descriptivas que evocan sonidos, lo que se presta fantásticamente para el audio.

Noté también que, al menos en El Gato Negro, el humor del párrafo cambiaba entre oraciones. El narrador puede pasar de feliz a desquiciado muy rápidamente.

Para más inmersión, jugué con el sonido estéreo. El audio podía pasar de la bocina izquierda a la derecha, o viceversa. O ciertos sonidos aparecer solamente de un lado. O hacer que el personaje se “aleje” gradualmente del centro y se retire a la bocina derecha. Y en menor dificultad, jugar con el volumen, como en la escena donde el corazón del protagonista va acrecentándose para elevar la tensión.

Incluso metí un mensaje subliminal en mi mezcla, pensando que Kubrick asentiría lentamente en aprobación. La idea es que los sonidos “buenos” vienen de la bocina izquierda y los sonidos "malos" vienen de la derecha.

Cuando se escucha el canto de monjes, empieza en la bocina izquierda y se propaga a ambas. O el canto de las aves de libertad.

Cuando hay un golpe de hacha, aullidos o gritos, aparecen en la bocina derecha.


El último infierno es hacerlo video. Después de tanto trabajo, quería martirizarme un poco más. Este era un proyecto ya personal. Debía ser lo mejor que podía. Hasta ahora mis videos consistían en un fondo bastante obscuro, mi voz como forma de onda y un cuadro con el retrato del autor. Pero ahora quería que la imagen del cuadro tuviera diferentes expresiones a lo largo de la historia. Que reaccionara a lo que sucedía. Así que pagué a mi amigo Sam [ig: superpapersam] por ellas. O sea, este es el primer proyecto en el que invierto dinero. ¿Por un capricho? No. Pienso que, de no haberlo hecho, de no seguir intentando subir la barra de calidad, me estancaría. 

Y al ser un proyecto que sentía tan personal, pedí a Sam que el personaje se pareciera a mí. Pues era yo quien había vivido mi propia aventura de constante enfoque, entendimiento e introspección de la historia. Muchas veces me pregunté qué pensaba o qué quería decir Edgar Allan Poe en ciertas oraciones. Releer tantas veces lo mismo intentando hallar el significado y las palabras para traducirlo me hizo comprender la historia a un nivel muy profundo.

***

Ya tengo mis planes para la siguiente narración. Esta vez, una historia de mi autoría. Volveré a intentar subir la barra de calidad. "El Infierno Pequeño y Obscuro". Ya verán.

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