Acerca del autor
Mi nombre es Juan Carlos y mi seudónimo es Reyedit.
Ciencia ficción, fantasía, terror. Escribo lo más rápido que puedo para que las dudas no estropeen la visión sincera de lo que sucede ante mis ojos. Considero que mi afilada capacidad de observación me permite hacer buenas comparaciones, habilidad que utilizo para afinar mi prosa. Corrijo y corrijo hasta que el guardián en la puerta (mi lado izquierdo del cerebro) considera que los errores que hay en la página son lo suficientemente insignificantes como para no morirnos de vergüenza si los hallaran.
También creo que me hace especial el hecho de haber visto una nave espacial a los 12 años. El evento despertó en mí una elevada atención hacia todas las cosas que realizo, como si antes de eso hubiera estado dormido, inconsciente del mundo más real y más brillante que se esconde detrás de la materia. Hoy sé con certeza que el mundo es un lugar extraño y maravilloso, y que la imaginación es la única realidad.
Considero que el propósito de nuestras vidas es disminuir el sufrimiento de los demás. Y que una bella manera de ayudar al mundo es perseguir nuestros sueños con decisión porque siempre terminamos beneficiando a las personas en nuestro camino.
En esta realidad de causa y efecto nada ocurre al azar. Aquello que emerge en el jardín de nuestras vidas lo plantamos nosotros en algún momento. Es la maravillosa ley del karma: lo que haces es lo que te pasa. Lo que siembras, cosechas. Significa que siempre hay algo a nuestro alcance que podemos efectuar para cambiar las cosas. Es el secreto de nuestra liberación.
Amo los juegos de Zelda por el gran viaje que hacemos a tantas regiones con variados biomas y orografías. Aventura épica icónica. Me encantan los Super Marios de la serie principal por el gameplay tan preciso, el humor, la creatividad en los diseños de niveles y el coleccionismo de estrellas, de lunas, o de lo que sea que tengamos que conseguir muchos. Me fascinan los RPGs como Octopath Traveller tanto como los shooters tipo Doom 2016. Las experiencias de exploración en primera persona como Bioshock 1 o Metroid Prime son lo mío. Los metroidvanias. Mario Kart 8. Adoro los juegos independientes de plataformas con rompecabezas en 2d como Limbo.
¿Alguna recomendación?
Todos los días ayuno 18 horas, pero cuando lo rompo como de todo. Amo los chilaquiles en salsa roja. El pan francés tostado con mantequilla. Agito mis dedos deleitado por la idea de unos hotcakes con chispas de chocolate y miel de abeja. Adoro la pizza vegetariana. El café sin leche, con 1 gramo de azúcar estevia. Me encanta la raspa de fresa y los tostitos preparados (que llevan elote, queso, mayonesa). Lo sublime de una hamburguesa con queso mozzarella dentro de la carne y guacamole en el pan.
Me gusta hacer listas de lo que tengo que hacer, de lo que tengo que comprar. Me desesperan las personas que ven películas con el celular en la mano. Necesito cocinar midiendo gramos y mililitros para que la comida mantenga siempre el mismo buen sabor. ¿Cuántos watts usa la barra de sonido que voy a comprar? ¿Cuántas veces es más potente que las bocinas internas de la televisión? Debo saberlo. El brillo (nits) y el contraste nativo de las pantallas. Tengo al menos un par de años utilizando la técnica pomodoro para leer y escribir; hasta compré un reloj de cuerda que hace tic tac al regresar a cero, junto al monitor.
Ver aquella nave espacial expandió mi foco de atención. Me hizo contemplar una gran pregunta. Si las naves espaciales son reales, ¿qué otras cosas fantásticas también lo son? Pienso que por eso he podido ser testigo de eventos extraordinarios. Estoy abierto a las posibilidades.
Por ejemplo:
He escuchado respuestas a mis dudas en meditación. La información se me entregó de golpe, no palabra por palabra. Como una frase encapsulada en una burbuja que revienta, y pienso que eso es telepatía genuina.
Duermo con una lámpara de piso y el armario encendidos porque detesto las parálisis del sueño, el estar inmerso en la obscuridad sin poder moverme. Y con mayor razón ahora que he presenciado un portal negro girando junto a mi cama. La mano gris que salía del portal, con dedos tan largos como ramas, parecía apuntar hacia mí. Sinceramente creo que se alimentaba de mi energía mientras dormía, si tal cosa es posible. ¿O qué más podría estar sucediendo?
He visto una araña dorada tan grande como un libro en la pared de mi habitación. Creí que, si me movía, aunque fuera un poco, la visión desaparecería. Pero me arrastré hacia la cabecera de mi cama y me erguí para observarla mejor, y la araña seguía allí, inmóvil. De pronto subió la pared, moviendo sus patas, y antes de que llegara al techo se desvaneció. Me levanté de inmediato. Que se pusiera a caminar me sacó un gran susto. Proseguí a escribir detalladamente lo ocurrido en mi celular. Quería, no sé, dejar un registro de que estas cosas son reales. Como si temiera poder olvidarlo o que llegara un día en que me preguntara si no lo habría soñado. A veces pienso que estoy inmerso en una realidad misteriosa donde las cosas increíbles que pasan en las películas me pasan a mí. Pero no estoy loco y no soñaba.
Aunque el campo de girasoles sí que parecía un sueño... |
Y por sobre todas las cosas, amo escribir. Y también amo estar sentado horas y horas y horas sin fin corrigiendo lo que he escrito. Es por eso por lo que no hay duda en mi corazón de que “soy un escritor”, afirmación que nunca termina de sentirse falsa. Niel Gaiman, con décadas siendo un grande en la industria, lo sigue asegurando de sí mismo.
Aunque corregir se pueda tornar fastidioso luego de haber releído la misma página por varios días, trabajar en mis proyectos es lo que se siente correcto. Incluso si sólo se trata del segundo borrador de un cuento de 70 páginas que Word me asegura ya lleva más de mil cien horas abierto, y del que estoy empezando a hartarme o de plano a odiarlo porque los detalles finales no me satisfacen, les aseguro que me gusta estar así. Mantenerme en perpetuo estado creativo mejorando un texto.
Por las rarezas que he llegado a observar y la atestiguación de una realidad más brillante, debo escribir. Es verdad lo que dice Stephen King, y todos los que alguna vez han escrito con sinceridad. Los lugares que visitas con la mente son reales. He confirmado que existen mundos dentro de mundos. Doy fe de que los personajes llegan a moverse por sí solos, a decir cosas que nunca anticipaste; y es fantástico comprobarlo una y otra vez. Tengo la certeza de que, si escribo con sinceridad, todo lo que sé de corazón quedará plasmado de alguna manera. Y si un texto puede ayudar a que las personas contemplen que el mundo es maravilloso o que la realidad es algo más que la estéril superficie atroz de vida y muerte, creo que es deber de los que pueden escribir hacerlo.