Un Cambio Externo que refleje lo Interno (O plena Locura)
Dejar pasar el tiempo siempre sirve para aclarar la mente. ¿Cuántas veces no me ha funcionado? Pero sobre-pensar también trae problemas de incertidumbre. Y más dudas.
Escribí un poco acerca de la perspectiva que tengo sobre mí y, qué sorpresa, no fue muy agradable. Decidí dejar pasar los días para ver cómo evolucionaba mi sistema de pensamiento.
Dejar pasar el tiempo me sirvió para aclarar la mente. Así que he decidido nombrar todo lo siguiente como «Ficción». Es algo que escribí un día que no me sentía bien conmigo mismo. Al final solo puedo decir que aunque siento que casi no me conozco, creo que no puede ser tan terrible.
Es casi emocionante.
Todos pasan por fases. Adolescentes que quieren «encontrarse», ser quienes creen que deben ser. Muchos hacen locuras en el proceso. A veces sólo cambian por modas y no por un genuino deseo personal. Aún así se enfrentan a ser otros, y para bien o para mal, sí que hay un cambio de conciencia —aunque ese cambio sólo te haga sentir que solías ser un imbécil—.
Las fases son necesarias.
***
Cuando mi hermana tenía cinco años, no podía pronunciar la erre. Un especialista dijo que se debía a que no había gateado de bebé. Dijo que gatear formaba ciertas conexiones cerebrales. Y según él una de esas tenía que ver con que mi hermana no pudiera pronunciar la erre.
Mi hermana, quien definitivamente no gateaba entonces, pues tenía 5 años, tuvo que hacerlo a diario por toda la casa para lograr esas conexiones cerebrales que no había desarrollado por haber aprendido a caminar primero.
Es una fase que no vivió y que era necesaria para su desarrollo natural.
Al cabo de unos meses por fin fue capaz de decir "erre con erre cigarro, erre con erre barril" como cualquier persona normal. El tratamiento funcionó.
Las fases son necesarias. Y a mí me faltó una muy importante: La búsqueda de mi Identidad. No sé quien soy. Algo adivino, pero no me acepto por completo. Supongo que es común que a las personas no les agrade en su totalidad ser lo que son —o lo que creen ser hasta ese momento en que se lo preguntan—. Desde las cosas visibles, los rasgos fisiológicos, hasta comportamientos, ideas o ideales. Hay muchas razones para no quererse.
Cuando estaba en secundaria, los padres de mi mejor amigo habían empezado un negocio. Una tienda de abarrotes a unas calles del edificio escolar. Estábamos él y otros dos compañeros cerca de la calle, frente a la tienda de abarrotes, platicando, cuando la más insignificante anciana apareció. Se acercó a nosotros y nos dijo:
“¿Pueden ayudarme a cruzar la calle?”
—Juan, ahí te hablan —dijo un compañero mientras se reía. Aquel comentario causó la carcajada de todos. De todos excepto dos: La de la anciana y la mía.
No podía creer lo que mi amigo había dicho. Ni siquiera lo comenté. Agarré a la mujer del brazo y la llevé hasta el otro lado de la calle a paso lento. Se le dificultaba caminar y los viscos que hacía para ver me hicieron entender que había pedido ayuda porque temía morir atropellada. Me agradeció y regresé con mis amigos para oír los bajos comentarios que no dejaban de repetir.
Usaré esta anécdota para hacer hincapié al punto central al que quiero llegar y diré: Yo debí reírme de esa anciana también, como todos mis amigos. Por mucho tiempo quise creer que la razón de que yo no estallara en carcajadas era porque me consideraba una buena persona. Porque dentro de mi había algo noble y elevado.
No.
No me reí porque fui un cobarde.
Soy el diablo con problemas de autoestima.
Por años he intentado creérmela, creer que soy alguien amable por disposición personal.
No es así.
Muy dentro de mí, en ese mismo instante en el que mi amigo dijo aquel comentario, yo moría de risa.
Siempre quise ser lo que mi autoestima no me dejaba. Se destrozó en los primeros años de primaria por un compañero a quién no guardo ningún tipo de rencor, pero me hace pensar qué sería de mí si no me hubieran detenido.
Mi esencia es desgraciada. Tal vez ira reprimida. En el núcleo me siento una persona maligna. Deseo la autodestrucción de todas las cosas hermosas.
Es difícil rastrear el origen de la semilla que germinó aislada, la semilla del mal. Tal vez todo el mundo nace con una semilla así en su corazón y dependiendo de las experiencias germinará o no para convertirnos en psicópatas, violadores, asesinos.
Ojalá se le pudiera poner un alto.
Uno no es responsable de uno mismo hasta que se toma conciencia de que “uno es responsable de uno mismo”.
Pero por no experimentar la búsqueda de identidad, hoy tengo secuelas. Hoy vive en mí esa erre que no puedo pronunciar.
Las fases son necesarias.
Cuando veo al hombre que vende rosquillas, un hombre gordo que carga pan en una charola y que viene a venderlo a mi escuela en el área de sistemas, muero por taclear al hijo de perra. Tirarle todo su maldito pan y reírme en su fofo rostro. Disfrutar su cara de incauto, ¡seguro pensaría que fue un accidente!
Pero no puedo.
No debo.
Ya no se trata de problemas de autoestima. Estoy en un dilema existencial. Creo no haber actuado siempre como una persona buena por deseo propio, pero todo es diferente ahora. Deseo cambiar mi enfoque y decir que aunque no tenga deseos de "hacer lo correcto", lo hago por que es lo correcto. Un franco deseo de que la parte menos torcida de mí se coma los residuos oscuros de mi corazón.
Así todo el resentimiento que pueda tener se irá diluyendo pues pensaré mejor de mi persona. Que ya no se trata de cobardía. Que esto es un acuerdo. Una decisión.
Tal vez la maldad que pregono tener es la consecuencia de los deseos que acabaron mal y una parte de mí no quiere ser víctima, la parte que desea ser cazadora y no presa.
A esas partes hay que ponerles límites o terminas matando a alguien.